Permiso, gracias, perdón

«En efecto, estas palabras abren camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas de llevar a la práctica. Encierran una gran fuerza:
la fuerza de custodiar la casa, incluso a través de miles de dificultades y pruebas; en cambio si faltan, poco a poco se abren grietas que pueden hasta hacer que se derrumbe»
.

Como la experiencia nos muestra, la vida de toda familia no sólo se caracteriza por momentos hermosos y luminosos. De hecho, las dificultades y las pruebas de la vida y de la historia suelen hacer que los caminos de las familias sean oscuros y difíciles. A veces es porque les cuesta vivir juntos, a veces porque las relaciones no siempre son fáciles y serenas, a veces porque la relación de pareja pasa por momentos de resignación y frustración, y la relación entre los cónyuges está marcada por «mil formas de abuso y sometimiento, seducción engañosa y prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas».

La meta que conduce a la plenitud del amor es un camino lento, gradual y a menudo fatigoso y exigente, que implica un crecimiento en el que cada día debemos aceptar con humildad y perseverancia la gracia de Cristo. Esta gracia, ya invocada por los cónyuges el día de su matrimonio como elemento esencial de su unión, es el principal sostén de los esposos. Sólo con la ayuda de Cristo se puede llegar a amar en plenitud, a renunciar a las exigencias constantes, a rechazar la ambición de controlar todos los aspectos de la realidad, a renunciar al deseo de dominar la vida de los demás. Sólo Él tiene el poder de “cambiar el corazón del hombre y hacer que el hombre y la mujer sean capaces de amarse como Cristo nos ha amado” (Cf. FC 13). En efecto, está en la naturaleza del Amor (Cristo) ir siempre más allá de uno mismo y amar a la otra persona con todas sus limitaciones y respetando su libertad.

Si esto es fundamental en toda relación humana, lo es aún más en la familia: ninguno de nosotros se basta a sí mismo. De hecho, estamos en una condición tan frágil que necesitamos constantemente ser apoyados en la lucha contra nuestro ego, al que le cuesta donarse y reconocer sus proprios límites. Haciendo suyas estas tres palabras -permiso, gracias, perdón- cada miembro de la familia se pone en situación de reconocer sus propios límites. Reconocer la propia debilidad nos lleva a no dominar al otro, sino a respetarlo y a no pretender poseerlo.

Permiso, gracias y perdón son tres palabras muy sencillas, que nos guían para dar pasos muy concretos en el camino de la santidad y el crecimiento en el amor. Además, eran palabras propias del estilo de Jesucristo, que pide permiso para entrar, que agradece continuamente al Padre, que nos enseña a rezar diciendo: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,10).

Aceptar que no nos bastamos a nosotros mismos y hacer sitio al otro es la manera de vivir no sólo el amor en la familia, sino también la experiencia de la fe.

En la vida de todo hombre, tampoco faltan las heridas del amor. Incluso en la familia, puede pasar que las palabras, los hechos u omisiones hayan mortificado el amor profundamente. Generalmente se trata de actitudes o comportamientos que se crean entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre tíos y tías, entre abuelos y nietos, y que, en lugar de expresar el amor, pueden dañarlo o incluso matarlo.
También hay que decir que hay algunas heridas, como la enfermedad y el duelo que escapan a nuestro control, dejándonos impotentes y a menudo profundamente turbados.

Son experiencias que a veces parecen contradecir las promesas de Dios y desmentir su Amor infinito y eterno. Sin embargo, cuando se viven desde la fe y la apertura a los demás son oportunidades para sentirse amado y cuidado por Dios y por los demás, y para ser objeto de su atención.

A menudo son momentos difíciles y dolorosos, pero también resultan ser momentos favorables y privilegiados en los que el Señor viene a visitarnos, porque «el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: y esto va siempre en primer lugar».

Cada una de estas experiencias duras, difíciles y dolorosas se convierten en el lugar concreto de nuestro camino de santidad; ocasiones que no nos impiden amar sea como sea y permanecer en Su amor. Pero sin presunciones: la fragilidad y la fatiga de la existencia se amasan en la vida y no nos permiten pasos fáciles y rápidos hacia soluciones mágicas o irreales. Necesitamos ser ayudados y ayudar.

El Espíritu Santo nos acompaña en esta dureza, y muchas veces lo hace precisamente gracias a nuestros familiares, a nuestros amigos, a las personas que nos demuestran su amor: el perdurar en el amor es el principio de la esperanza y nos hace desear que el Señor mismo Se manifieste como el Amor que más necesitamos.

« Grábame como un sello sobre tu corazón,
como un sello sobre tu lazo,
porque el Amor es fuerte como la Muerte,
inflexibles como el Abismo son los celos.
Sus flechas son flechas de fuego,
sus llamas, llamas del Señor.
Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo» (Cant. 8,6-7).

La fe y la caridad del Evangelio no son un seguro de vida, ni nos preservan del sufrimiento y del dolor que caracterizan la existencia humana. No nos garantizan la inmunidad al mal y a las dificultades. Más bien, son una luz que ilumina nuestras vidas en tiempos de oscuridad y aflicción.

Por eso, incluso las situaciones más dolorosas y tristes, vividas en unión con Jesucristo, pueden convertirse en momentos en los que podemos cultivar las relaciones entre nosotros, crecer en la fe en Dios y con la certeza de que cada acontecimiento de nuestra vida contiene preciosos tesoros de gracia.

Es aconsejable dejar un tiempo para que cada persona relea la catequesis, deteniéndose en lo que resuena en su corazón de manera particular.

PUNTOS PARA REFLEXIONAR EN PAREJA/EN FAMILIA

• Pongamos ejemplos en los que podríamos aprender a decir en nuestras familias:
- Permiso
- Gracias
- Perdón
• ¿Cuándo he dicho hoy “permiso”, “gracias”, “perdón”?
Puntos para reflexionar en comunidad
• ¿Conseguimos decir “permiso”, “gracias”, “perdón” en nuestra comunidad, en nuestras
relaciones con los demás?