Observando a la familia de Jesús, José y María, cada familia puede redescubrir su propia vocación, empezar a entenderse un poco mejor, encontrar su camino en la vida y sentirse atraída por la alegría del Evangelio.
Es importante no olvidar que el Hijo de Dios, que se hizo hombre, vivió durante muchos años en el seno de una familia humana normal y humilde. Es precisamente en las realidades humildes y normales donde el Señor quiere entrar y establecer su morada.
Hoy, nuestra existencia humilde y normal, basada en el modelo de la pequeña Nazaret, formada por “un taller, cuatro casas, un pueblecito de nada”, puede convertirse en el lugar elegido por Dios para que su Hijo Jesús habite en él. ¡Nadie debería sentirse excluido de este gran y sorprendente don!
Jesús nació en una familia. «El camino de Jesús estaba en esa familia. […] Cada familia cristiana —como hicieron María y José—, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. […] cada vez que hay una familia que custodia este misterio, incluso en la periferia del mundo, se realiza el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, que viene para salvar al mundo».
«Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos;
pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,39-52).
En Nazaret «no se habla de milagros ni de curaciones, ni de predicaciones -[Jesús] no predicaba nada en aquella época-, ni de multitudes que acudían; en Nazaret todo parece suceder “normalmente", según las costumbres de una familia israelita piadosa y laboriosa [...]: la madre cocinaba, hacía todas las tareas de la casa [...]. El padre, carpintero, trabajaba, enseñaba a su hijo a trabajar».
CONVERTIR EN ALGO NORMAL EL AMOR
El tiempo que Jesús vivió en Nazaret, en el seno de la Sagrada Familia, ilumina de un modo nuevo la vida de cada una de nuestras familias: el ritmo cotidiano de la vida, aparentemente insignificante y sin sentido, puede traducirse en un modo nuevo de realizar la llamada específica de la familia: convertir en algo normal el amor.
¿Pensamos alguna vez en esto?
Todo lo que vivimos cada día en casa, en el trabajo, en la escuela, aunque no esté directamente relacionado con la tarea de transmitir la fe, en realidad es nuestro camino para «convertir en algo normal el amor y no el odio, que la ayuda mutua se convierta en algo común y no en indiferencia o enemistad»4. Como sucedió en aquellos treinta años en Nazaret, también puede suceder en nuestras propias familias y en nuestros ambientes de vida.
DEJAR SITIO A JESÚS
Para realizar nuestra llamada y hacer que el amor sea normal, sólo podemos dar cabida a Jesús. «Se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus peticiones» (Evangelii gaudium, 91).
Nuestras relaciones son siempre ocasiones propicias y favorables para vivir nuestra relación con Cristo; representan para nosotros la posibilidad de encontrar Su rostro, Su voz, Sus peticiones.
Haciendo que el amor sea normal, cada una de nuestras familias puede hacer una contribución insustituible al mundo, para que podamos crecer en el amor verdadero y en la solidaridad más auténtica.
Ninguna otra escuela puede enseñar el amor auténtico, genuino, confiable y creíble como lo hace una familia.
Es aconsejable dejar un tiempo para que cada persona relea la catequesis, deteniéndose en lo que resuena en su corazón de manera particular.
PUNTOS PARA REFLEXIONAR EN PAREJA/FAMILIA
¿Cómo podemos “convertir el amor en algo normal” en nuestra familia?
• ¿Cómo podemos “hacer sitio a Jesús” en nuestra familia?
PUNTOS PARA REFLEXIONAR EN LA COMUNIDAD
• “Cada una de nuestras familias puede hacer una contribución insustituible al mundo”: difundir el “perfume” del amor de Jesús a su alrededor.
• La familia es, por lo tanto, un “sujeto” fundamental dentro de nuestra comunidad. ¿Cómo podemos potenciar la presencia de cada familia?