El miedo a tener hijos
Por: Raúl Espinoza Aguilera | Fuente: yoinfluyo.com
Ahora suena de risa, pero había personas que se lo creían firmemente. Hoy ocurre lo mismo. Esta mentalidad antinatalista ha permeado en forma notable en nuestra sociedad. Parecería que “estar a la moda” es tener cuando más un solo hijo, o bien, tener un par de perros gordos.
Desde hace más de medio siglo, se ha venido sembrando un miedo por traer hijos a la tierra. Mejor dicho, una especie de psicosis que raya en el terror o pavor histérico contra la vida humana.
Hay un sistemático “bombardeo” a través de los medios de comunicación (periódicos, revistas, radio, televisión, cine…) para alarmar a la población sobre el crecimiento demográfico, como en décadas anteriores se asustaba a cierta clase de gente con el mito de que el día menos pensado “nos iban a invadir los marcianos”.
También hay matrimonios jóvenes que prefieren invertir su dinero, en vez de tener descendencia, en comprar un buen departamento, una casa de campo, coches costosos, computadoras de vanguardia, aparatos eléctricos, joyas, ir a buenos restaurantes, o quizá, realizar largos viajes por el mundo…
En definitiva, se trata de pasarla “lo mejor posible”, en una vida de derroche y de placeres sensibles, y tal vez, a los treinta y muchos o a los cuarenta y tantos, plantearse el tener un hijo. Es común que cuando esto ocurre, los cónyuges han perdido su fertilidad o el médico les comenta que sería un embarazo de alto riesgo… ¡y se les fue la vida sin tener hijos!
Un importante papel lo juegan algunos médicos sin ética que, casi de inmediato, al nacer el primer hijo, les recomienda al nuevo matrimonio que ella se ligue las trompas, o bien, que él se haga la vasectomía. También es común que se les asuste y se les diga que las paredes de la matriz probablemente no resistirán otro embarazo y se podría poner en grave riesgo la salud de la madre.
Se les presenta toda una “novela trágica” para que, a fin de cuentas, acepten que la mujer sea operada y se le extirpe la matriz, en la mayoría de los casos sin una fundamentación científica y verificable; utilizando la mentira y el engaño, y aprovechándose de la ignorancia del matrimonio en esta materia.
Ese dinero “sucio” va, en buena medida, a parar a los bolsillos de esos doctores que se dedican a la Medicina con fines mercantilistas, y no me explico por qué muchos de ellos no han sido demandados como delincuentes profesionales y puestos en la cárcel.
Un joven ginecólogo que trabajaba en un dispensario médico rural me comentaba que desde la Secretaría de Salud y sus diversas dependencias, venían indicaciones muy precisas. En resumen se les señalaba más o menos lo siguiente:“En esta clínica se deben practicar tal número de ligaduras, tantas vasectomías, colocar tal número de dispositivos intrauterinos, distribuir tantos miles de preservativos y píldoras anticonceptivas o microabortivas, etc”.
Pero el asunto no terminaba allí, también recibían instrucciones para que, después de los partos, a las mujeres indígenas o de bajos recursos, se les ligaran las trompas sin su consentimiento ni el de su marido. Con tal atropello a la dignidad y a los derechos humanos, le pareció conveniente, además de enviar una carta de queja formal a los directivos de la clínica, presentar su renuncia.
No hace mucho tiempo, Lourdes, esposa de mi amigo Ricardo, quienes son muy felices con sus seis hijos, me comentaba que –en no pocas ocasiones– en plena calle y a la luz del día, en la Ciudad de México, cuando va en la camioneta con todos los hijos, se le emparejan otros automóviles, con algunas mujeres adentro, y le comienzan a gritar:
“¡Cochina! ¡Irresponsable!”. En plan de soez reclamo por tener muchos hijos, y en una actitud de delirante fanatismo.
Lourdes, como es una persona con buena educación, nunca les contesta. Pero me decía que lo primero que le viene a la cabeza es que son esas mismas mujeres que la insultan en la calle, las que se envilecen dándole un uso perverso a su matrimonio; buscando únicamente el placer sexual y rechazando el tener hijos. Naturalmente, muchas de ellas terminan divorciándose, siendo infieles o viviendo en unión libre.
Cada hijo es un maravilloso tesoro, un increíble regalo, una prueba de confianza del mismo Dios que continúa, a través de los padres, con su portentosa obra creadora. El Papa Juan Pablo II afirmaba con mucha razón: “No tengáis miedo a los hijos que puedan venir; ellos son el don más precioso del matrimonio. No os neguéis a traer invitados al Banquete de la Vida Eterna”.
Una familia numerosa es el resultado de una generosidad a veces heroica, fruto de una magnanimidad que lleva a valorar en tanto el don de la vida, que cualquier sacrificio parece proporcionalmente pequeño comparado con el infinito valor de un ser humano y su destino eterno.
El hombre está constituido por una parte corporal y otra espiritual. La imagen de Dios está presente en todo hombre porque está hecho a “imagen y semejanza de su Creador” (Cfr. Génesis 1, 27) y dotado de un alma que es espiritual e inmortal. Por lo tanto, tiene una gran dignidad como persona y, por vocación, todo ser humano está llamado a la bienaventuranza divina. ¡Muchas veces se pierde de vista esta maravillosa realidad!
La decisión de formar, si Dios quiere, una familia numerosa, es algo muy grato al Señor. Las familias numerosas son una excelente manifestación de fe y amor, y una escuela de virtudes para padres y hermanos.
Además, la sociedad –incluso en aspectos materiales, como las energías para el trabajo o la equitativa distribución de la riqueza– es de ordinario beneficiada inmediatamente por el bien de la natalidad.
La restricción de los nacimientos –como atestigua la historia– ha llevado a muchos pueblos a la decadencia moral y a la extinción física.
En conclusión, el tema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo por encima de las perspectivas parciales de orden biológico, psicológico, demográfico o sociológico.
Más bien, hay que considerarlo a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, que no es únicamente natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna.