El tratamiento para evitar la confusión de género debe empezar lo antes posible, dándoles la ayuda que necesitan, sin perder tiempo. «Muchos casos, especialmente si la práctica de actos homosexuales no se ha enraizado, pueden ser resueltos positivamente con una terapia adecuada» (Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 17, Roma 1-X-1986).
Pedro Trevijano Etcheverria
La persona humana ha sido diseñada como masculina o femenina. Prácticamente todos los padres desean que sus hijos sean heterosexuales, y cuando ven en sus hijos, todavía niños, comportamientos de tipo prehomosexual se preguntan si es posible corregirlo con una adecuada educación. Ciertamente una buena educación sexual tiene un efecto preventivo. Aquí pueden hacer mucho daño los psiquiatras y psicólogos que afirman que hay que respetar al niño tal como es, y que no hay que hacer nada para cambiar su orientación sexual. Si la normalidad es, de hecho, aquello que funciona de acuerdo con su diseño, entonces la naturaleza nos pide realizar nuestro destino como varón o como mujer. El niño prehomosexual hace precisamente lo contrario: rechaza su masculinidad emergente desarrollando una postura defensiva frente a ella, llegando a verse a sí mismo como diferente al resto de los niños. Conscientes o no, los niños y adolescentes sufren a consecuencia de sus sentimientos de inferioridad.
La confusión de género en los niños consiste en dejar de lado el reto de llegar a la masculinidad. Algunas señales de prehomosexualidad, como una excesiva sensibilidad, vestirse de modo diferente o jugar con juguetes del otro sexo, se reconocen fácilmente y sueles darse ya a edades tempranas, entre los dos y los cuatro años, aunque a veces sean más sutiles, como la preferencia a jugar con niños del otro sexo. La inconformidad de género en la infancia es, según la mayoría de los investigadores, el factor más común asociado con la homosexualidad.
Éste es un problema que afecta a todos los miembros de la familia y muy especialmente al padre que juega un rol determinante en el desarrollo normal del niño en cuanto a su masculinidad, si bien, desgraciadamente, muchos padres son muy inconscientes y rehuyen abordar la cuestión, cuando lo primero que hay que hacer para resolver un problema, incluso en Matemáticas, es planteárselo. El niño que desarrolla un complejo de inferioridad homosexual no ha tenido la oportunidad de conocer a su padre como un auténtico padre, mientras por el contrario las madres han ocupado un lugar demasiado principal en la niñez de un varón homosexual. El primer paso que deben hacer ambos padres es reconocer que existe un problema y que deben trabajar juntos para ayudar al hijo en su dificultad, a fin que logre reforzar su masculinidad. Pero, por desgracia, el hijo suele recordar su relación con su padre como una relación caracterizada por sentimientos de hostilidad y falta de interés paterno. El padre debe jugar con él a juegos diferentes de los que jugaría con una niña pequeña. Todo niño, y muy especialmente los niños prehomosexuales, necesita de sus padres y en especial de su padre tres cosas: afecto, atención y aprobación. Sentirse apreciado por su padre es esencial para su autoconfianza. El chico debe también darse cuenta que su papá tiene un cuerpo masculino como el suyo, pues también tiene pene. El camino de la masculinidad es largo, y los niños en su mayoría ni siquiera son conscientes que se encuentran en ese camino, pero que sin embargo algunos niños no alcanzan, pues los problemas de identidad de género deben tratarse como síntomas de algo que puede estar muy equivocado.
El tratamiento para evitar la confusión de género debe empezar lo antes posible, dándoles la ayuda que necesitan, sin perder tiempo. «Muchos casos, especialmente si la práctica de actos homosexuales no se ha enraizado, pueden ser resueltos positivamente con una terapia adecuada» (Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 17, Roma 1-X-1986). En este tratamiento el padre debe involucrarse, no permitiendo y no desanimándose ante el rechazo del hijo y llevando a éste hacia lo masculino a través de una buena relación con él, por medio de vínculos entre él y su hijo, como conversaciones o paseos, de tal modo que el niño llegue a considerar al padre como alguien a quien vale la pena emular. Los niños pueden responder sorprendentemente bien ante el tratamiento terapéutico. Incluso los hermanos y hermanas mayores tienen un papel que jugar, procurando los hermanos mayores que su relación con él no sea hostil. El terapeuta ayuda a transmitir la idea que el comportamiento afeminado es inaceptable, desalentando amable pero firmemente ese comportamiento. Un buen número de niños y niñas han podido lograr un buen cambio e incluso en bastantes casos se puede llegar a solucionarse completamente el problema, porque crecer hacia la identidad heterosexual es posible.
P. Pedro Trevijano, sacerdote