Batallitas de abuela: Sobriedad y esfuerzo




Victoria Cardona
Maestra y orientadora familiar





Sin tantos adelantos

Nosotras somos la colección de abuelas que han hecho de todo: de gerentes de la economía doméstica, cocineras, cuidadoras de nuestros bebés (sin pañales de un solo uso) o de chóferes, entre otras muchas tareas, para recoger a los pequeños a la salida de los colegios o para acompañar a los abuelos al médico. Hemos realizado cursos de organización del hogar para ser más productivas contando los pasos para no perder ni un segundo… ¡Todo calculado! Así, hemos sido gestoras de recursos humanos y también psicólogas con el consultorio abierto –sobre todo los días festivos– para escuchar a toda la familia.

Y todo esto sin secadoras de ropa, ni congeladores de tres estrellas, ni ordenadores para hacer la lista del supermercado, enviarla por Internet y recibir los productos necesarios para el buen funcionamiento de la casa, ni mail para avisar de la reunión del colegio de nuestros hijos a un amplio grupo de padres… ¡Suerte que a veces hacíamos la cadena por teléfono!

Somos abuelas que han tenido todo el tiempo del mundo para acompañar en la enfermedad y ayudar a morir a los padres y familiares, con un buen médico de cabecera, sin curas paliativas, ni –por descontado– tratamientos artificiales extraordinarios para alargar la vida; se moría en paz cuando se dejaba de respirar y la mayoría de las veces en la cama de la propia casa. Mantener la mano fuertemente entrelazada y pronunciar palabras de afecto y breves oraciones en el oído del enfermo eran herramientas que teníamos para aligerar los dolores. Todas sabíamos que el oído es lo último que se pierde y que demostrar cariño es la mejor forma de estar cercano con el que sufre.

Vivíamos la solidaridad, pese a que ni se hablaba de este valor con el nombre que ahora se ha encontrado; quedábamos con otras madres y nos turnábamos para combinarnos las recogidas de los niños en la escuela: "Hoy me recoges a los míos, mañana ya te recogeré yo a los tuyos". Ahora nos da tristeza que muchos vecinos ni se conozcan; en nuestra época nos teníamos tanta confianza que no sólo nos ayudábamos en la recogida o la entrega de los niños en la escuela, sino que con los del mismo rellano nos podíamos pedir cualquier cosa a cualquier hora: la típica cebolla, una taza de harina o lo que hiciese falta. También era habitual que viniese una vecina y te pidiese que la acogieras hasta que llegase el marido porque se había olvidado la llave en casa.

¡Cómo ha cambiado todo!

Después de haber vivido una guerra, y acostumbrarnos a las libretas de racionamiento con un pan moreno que se comía muy a gusto –no teníamos mucho más que elegir–, nuestros padres se fueron situando pero teniendo muy clara su actitud hacia el ahorro.

Ahora vemos que el ahorro es un valor que ha desaparecido. A muchas familias no les queda nada a final de mes cuando se han cubierto las necesidades básicas y el gasto de la hipoteca. Otros, entusiasmados con el consumo, se van creando necesidades, y se dejan llevar más por el deseo inmediato. Y no muy lejos de nosotros –y mas en esta etapa de crisis– hay quien vive con muy poco que llevarse a la boca y que les ha de dar fuerza para trabajar todo el día.

A todas las personas de mi generación nos enseñaron a "no estirar más el brazo que la manga". Sin sermones, procuremos las abuelas transmitir la cultura del esfuerzo y la virtud de la sobriedad a nuestros nietos.